Reflexiones: Paz



Hace algunos años, tuve la oportunidad de trabajar en enseñanza con personas desmovilizadas de las autodefensas, en ese sonado (Y criticado) proceso de desmovilización. Por mucho tiempo los vi como hoy en día gran parte de la sociedad ve a los desmovilizados de las FARC, como unos personajes aterradores, sanguinarios, sin conciencia ni alma. Y quizá algunos de ellos sean personas con actos condenables, no por ello dejan de ser ciudadanos colombianos y si vamos más allá; no dejan de ser seres humanos.

No pretendo justificar ninguno de los actos cometidos por ellos, pero definitivamente si trato de entender ese mundo inmisericorde que los rodeó durante tanto tiempo, ese mundo violento que les arrebató esas cosas que nos identifican como miembros de una sociedad, un mundo violento en el que no pidieron nacer pero que sin conmiseración alguna los escupió en medio del lodo y la sangre de sus cercanos; Un mundo que no hicieron ellos, pero que terminaron haciéndolo propio de la peor manera.
Desperdiciamos tiempo y esfuerzo buscando una venganza disfrazada de reparación, un castigo ejemplar envuelto en túnicas de justicia, queremos tener en nuestras manos su sangre, así como ellos tuvieron en las suyas la de muchos compatriotas, sin recordar que en manos anteriores se vertió la sangre que los arrojó a esa jungla violenta y miserable que canta sobre rencores, odios y muertes, con una música entonada por el llanto de mujeres, madres hijas y esposas. Dilapidamos aliento gritando justicia, cuando debemos hinchar nuestro pecho para tomar aliento y oxigenar una patria que se ahoga en la indolencia, en el señalamiento y en la apatía.

En medio de las clases conocí parte de sus historias, no precisamente porque me la contasen; bastaba con ver sus rostros, bastaba con leer sus apuntes, bastaba con las miradas de vergüenza de quien por primera vez tomaba entre sus manos un lápiz y un cuaderno para aprender a escribir su nombre, ya habiendo aprendido a borrar nombres de las vidas de incontables familias. En ese lugar aprendí que la justicia no sólo es con las víctimas de ellos, también es con ellos mismos, porque antes de victimarios fueron víctimas, incluso mirando más allá, la justicia es con todos y cada uno de los seres humanos que vivimos en este trozo de planeta que llamamos patria.

Esto no es culpa de nuestros gobernantes, es del pueblo colombiano: Somos una sociedad que se vulnera a sí misma, que no aprecia el regalo que se dio reconociéndose libre y soberana. Culpamos a nuestros dirigentes cuando ellos son el fruto de nuestra idiosincrasia. No hemos tenido el infortunio de ser privados de nuestros derechos, pero tampoco apreciamos ese enorme privilegio que nos ha dado nuestra propia historia.

Ese tiempo, en medio de esos hombres, en compañía de sus guardas y rodeado de una sociedad cruel, me enseñó que la paz es un negocio costosísimo, pero es el mejor de los negocios. Nos va a exigir realmente entender el concepto del perdón, pero nos obliga también a proteger nuestras libertades siendo acérrimos defensores y cumplidores de nuestras leyes. Quizá la paz es algo que no lograremos ver muchos, pero la idea de legar a nuestros hijos un esbozo de sociedad en paz es algo por lo que definitivamente vale la pena luchar.


Ya hemos pagado en sangre un precio inconmensurable por esa anhelada paz, no creo que nuestra tierra necesite bañarse más en ella.

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