Minificciones: Juramento de amor a la bandera en 4 tiempos




I

La ciudad saludaba la noche y cual infante en el parque, el viento jugaba en las puertas del aeropuerto.

Él recibiendo la brisa nocturna en su espalda, sintiendo como el frío se juntaba con su ansiedad y su curiosidad.

Ella salía presurosa mirando a cada lado furtivamente, el cabello casi cubriendo su rostro trata de esconder el nerviosismo que la invadía.

Dos miradas que se cruzan en la distancia…
Dos teléfonos móviles que bajaban lentamente de los oídos…
Dos pares de manos juntas…
Dos seguidillas de pasos acercándose a un destino inexorable y totalmente incierto…
Sienten la cercanía de sus cuerpos, él posa su mano en la delicada cintura, sintiendo como ella temblaba. No hay palabras, sólo la proximidad de sus labios titubeantes casi sintiendo la tibieza del otro, con esa ansiedad que hace al corazón golpear con desespero, como la respiración se marcaba en sus cuerpos mientras un trato cómplice se sellaba en la unión de sus bocas.

II

La noche no daba espera, atrapados en la mirada del otro, manos en los muslos por debajo de la mesa, hablando de todo y de nada. Él cautivado por su soltura, por lo sencillo de su ser. Ella cautivada con sus palabras, más aún por la sensación de tranquilidad y confort que él le creaba, nada podía interrumpir ese universo nuevo que se estaba creando alrededor de una conversación.

No había preguntas ni respuestas, sólo una mezcla de charla despreocupada con desnudez, esa desnudez que hace del ser humano un ser indefenso frente al otro, donde se muestra la naturaleza humana despojada de los atavíos de la moral y el pudor; donde una sola frase podría desencadenar una reacción totalmente incontrolable.

“llévame a la cama”- cual leve brisa se colaba por el lóbulo de su oreja; mientras ella susurraba esas palabras, podía sentir como la tibieza de su aliento le acariciaba, un escalofrío recorría su espina y su endeble ser simplemente accedía al pedido de ella, cual marinero corriendo desesperado al canto de las ninfas. De nuevo ese beso cómplice que sella un pacto tan incierto y tan tácito…

III

El deseo es el mejor amigo de los sentidos, en especial el tacto, aunque en ese momento solo bastaba con mirar la presencia de ese ser deseado para saberse pleno. La premura en las yemas de los dedos hacia que todo fuera torpe, casi atropellado; aquellos cuerpos se acercaban, se alejaban, se miraban, se deleitaban con el solo hecho de saber que en ese instante el mundo dejaba de existir y uno nuevo se creaba alrededor de esa frágil intimidad.

Sentirla cercana a él le altera completamente, la rodea acercándola a él, sintiendo su delicado cuerpo. Ella lo rodea por el cuello tratando de aferrarse a esos labios que nunca pensó desear de la manera en que los hacía en ese instante; encontrarse en esa situación hace que su cuerpo reaccione; a medida que lo besa acerca su vientre hacia él, aprieta su pecho contra el de él, desea sentirlo junto a ella, desea ser una con él, compagina su cuerpo con el de él, buscando el mayor contacto, el roce entre sus muslos, sus vientres hechos casi uno es una respuesta a una pregunta que siempre tuvo pero que nunca supo que tenía.

El responde, quiere memorizar su cuerpo por completo, mientras la besa recorre con la yema de sus dedos esa delicada espalda que empuja contra él, la recorre centímetro a centímetro, en su tacto empiezan a asomarse esos detalles que serán indelebles en la memoria, recorre la nuca con una mano mientras la otra hace que presione las caderas contra él; le regala su mejor beso, ese que un hombre solo regala cuando más allá del deseo está ese abrigo que siempre busca.

Ya no queda más de sí sino regalarse a si mismos.

Las manos bajan, se enredan, juegan clavándose las yemas de los dedos. Él acaricia suavemente la parte interna de sus muslos, percibe la tibieza de ella mientras siente en su oído una leve exhalación. Vuelven aquellos dedos torpes queriendo arrancar la ropa, deshaciéndose de esa atadura que no les deja disfrutarse por completo. Él abre la blusa de ella, se detiene un momento para contemplarla semidesnuda, aquella visión de sus senos moviéndose al compás de una respiración desesperada, hace que su intención se muestre enhiesta.

Ella lo desnuda, afanosamente, casi con rudeza; en cada tirón siente las ansias que invaden el lugar, siente como ella mete sus manos bajo su camisa, como sus uñas lo recorren, como recibe pequeños mordiscos en su oreja, en su cuello y en sus hombros, acerca cada vez más su pubis al sexo de él, busca hacerle perder el control al igual que desea que la tome de esa forma firmemente gentil que tanto desea.

La ansiedad hace que los corazones golpeen con fuerza, no hay tela, solo queda la piel, se recorren con los ojos, con las manos, con los labios; con desespero tratan de memorizar el aroma del otro, ella con las uñas se aferra a él, lo desea con ella, lo desea en ella. Él la reposa en la cama, mientras ella lo espera cálida y gentil; él se acerca cada vez más, un leve contacto hace que todo se detenga, que esa sensación domine cada una de las células de sus cuerpos.

Se miran, se besan y él se desliza dentro de ella….

IV

Suena la alarma, hay que ir al colegio; el imberbe apenado se levanta con el afán del día y aquella sensación inexplicable que nunca había experimentado. Recoge prolijamente las sábanas y las lleva a buen resguardo. Una ducha para borrar el resto de aquella aventura nocturna, es hora de ponerse la mejor ropa y la mejor cara, ser el niño bueno de mamá, ese que hoy izará la bandera, ese que será el orgullo de la clase, el orgullo de aquella linda profesora que el día anterior descuidadamente dejo ver aquellos lindos panties debajo de su falda



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