Minificciones: Sacrificio

los cabellos caían sobre su rostro, cubriéndole los ojos e impediéndole ver las miradas de odio de los habitantes de aquel pueblo perdido entre las montañas, lejos del abrigo y vista de deidad alguna,

Esa tarde, el frío calaba en la golpeada, humillada, y mancillada humanidad de aquella doncella de cabellos castaños sucios y ojos color miel, nublados por la falta de misericordia de los hombres. En su espalda semidesnuda se podían apreciar los cortes aun sangrantes de los azotes recibidos la noche anterior, sus labios, anteriormente rojos a causa de la candidez y dulzura que otorga la juventud, hoy visten un carmesí violento,

Aquel hombre con su solideo rojo, como la sangre que reposaba en la piel de aquella mujer,  arengaba vehementemente, enardeciendo los febriles deseos de sangre de su rebaño, abrazaba con sus manos aquel pectus de marfil , como si su vida dependiese de ello, al igual que no dejaba de rodear con su mirada al tumulto  que tenia por auditorio, todos agolpados al rededor de los cimientos de aquella pira

Una gota de sudor se deslizaba por la sientes de aquel hombre, mirando a los ojos de todos los presentes, y no mirando a ninguno, recitaba con voz firme aquellas lineas que marcaban el destino de aquella mujer caída en desgracia; la gente vitoreaba ante cada pausa, cada énfasis, cada gesto de sus manos, y esto le reconfortaba,

Un leve ademán de aquel inmisericorde juez, y la pira empieza a arder...

Ella, con la cabeza baja, las manos atadas en frente de ella, sólo pensaba en aquel hombre que amó por sobre todas las cosas, incluso por sobre el mismísimo Dios. Aquel hombre que le tranquilizaba con su consejo, aquel hombre que la rodeaba con sus brazos, aquel hombre con el que yació en la tibieza de su lecho, aquel hombre que unió su humanidad junto a la de ella, aquel hombre a quien ella le regaló su más preciado tesoro.

Recordaba la calidez de sus brazos, fuertes.. poderosos ellos como los brazos de fuego que le abrazan ahora.

Recuerda aquella tarde soleada, cuando ella naufragaba en el recuerdo de su amado, cuando se percató que en su ser corría una sangre distinta a la de ella, una sangre originaria de aquel deseo primario, de aquella entrega incondicional, de aquella primera vez.

Recuerda el día que ese hombre murió... presa del miedo y de la cobardía....

Ahora ve a través del fuego que le consume esos bellos ojos, ahora fríos distantes, ella posa sus manos sobre su doliente vientre, donde reposa aquella sangre nueva, aquella vida que será cercenada de la faz de la tierra; ella levanta el rostro, para ver por ultima vez tras esta dalmática de obispo al hombre que amo con todo su ser, a aquel hombre que juró proteger, que juro cuidar y que juró amar incluso después de la muerte.

Le dedica una sonrisa, en medio del inconmensurable dolor... y con voz entrecortada sella su sacrificio con las palabras que sellaron su destino el día que confesó el producto de su amor...


No sufras amor mío... guardaré tu secreto



Comentarios

Julibelula dijo…
Ohhh que buen cuento!!!
Anónimo dijo…
Genial...

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