Pajazos Mentales III

"Unos van por el ancho campo de la ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil y baja; otros, por el de la hipocresía engañosa, y algunos, por el de la verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la hacienda, pero no la honra"
Cervantes: Don Quijote de la Mancha; Segunda Parte, capítulo XXXII


La vida, que teje su diapasón de voces, unas veces con alegrías, y otras con pesares, transcurre como siempre. En el escenario que se extiende por un millón ciento cincuenta mil kilómetros cuadrados, viven unos cincuenta millones de almas; son los protagonistas de un suceso sin igual. Pero aún está lejos de producirse, si es que contamos los minutos o, mejor aún, los segundos que todavía han de transcurrir.

En ese millón y pedazo de kilómetros cuadrados, cincuenta millones de almas no sienten la catástrofe que se avecina; porque la vida es simplemente deslizarse las existencias y los días; y la naturaleza obra por impulso, sin que sea dable desviar su curso, con conflictos y soluciones cotidianos, ni torcer su rumbo. Late en todo ello el fatalismo del campesino dejado allí, arraigado en la tierra y fundido en la sangre. Por eso prosigue la vida con las alegrías de siempre, con idénticos dolores, sin presentir que en las entrañas se está gestando esa tragedia que, durante años, asolará ciudades y caceríos, deshará casas y dividirá hogares, arancará honras, destrozará existencias y no respetará nada, igualados todos en idéntico drama. Es razón de la especie humana no presentir. Todo en ella parece ser ciego; e impulsos cuya precedencia se ignora marcan la atracción del abismo. Ese impulso, que no se presiente, se manifestará irreprimible en horas, en un sólo instante de la vida de los pueblos...

Nadie sabe lo que ha de ocurrir; los agoreros del momento han de fracasar en sus vaticinios; no porque no prevean que esa calma, precursora de la tormenta, ha de romperse con estruendos bélicos, sino porque las consecuencias han de superar, y con mucho, cuanto la mente más extraviada se atreva a concebir. Cada uno de los rincones de la patria sigue cobijando ilusiones y esperanzas; se lucha, se vive y se muere como siempre se ha vivido, se ha luchado y se ha muerto. Aún el nuevo estilo no ha hecho su aparición en las carreteras o junto a los muros solitarios de los cementerios, en noches de luna que invitan al descanso. Son cincuenta millones de habitantes, cuyas vidas transcurren dentro del forcejeo que cada día nos traza entre normales aspiraciones y resultados. ¿Qué va a ocurrir para que cambie de improviso aquel diapasón?. Pero se quiere vivir en paz. Se ama y se quiere; laten los corazones libremente. la fiera que anida dentro del individuo todavía no ha roto las cadenas que la sujetan. Muy poco tiempo falta para que, como manadas de lobos hambrientos, todos los apetitos innobles, de toda maldad humana, hagan su aparición frenética y conviertan el apacible escenario en campo de odio, de perfidia, de saña y de vileza.

Apenas arranca el mes de febrero. El cielo es azul durante el día y las noches están cuajadas de estrellas. En los campos y en las ciudades se respira la calma; los hombres tejen sus sueños hacia un mañana en el que se amalgaman risueñas esperanzas. Pero el destino - démosle ese nombre - ya está escrito. Hace falta que mueran unos y otros para llegar a millares de colombianos; es necesario que el hermano odie al hermano, que amplios zanjones separen a los padres de sus hijos y que se vierta sangre, mucha sangre, en ríos de dolores, hacia mares de tristeza.

Podemos volver hacia atrás a otros tiempos felices; mas una fuerza irresistible empuja y obliga a avanzar por esos derroteros sinuosos, en los que a cada recodo nos espera una acechanza y en cada encrucijada una traición. Caminemos, si, caminemos de prisa por ese camino que comienza en lodazales y que seguirá marcando por cientos, por millares, de vidas humanas. Hagámoslo rápidamente para dejar atrás, cuanto antes, tanta podredumbre, tanta miseria, tantos odios. Y creamos, como en una esperanza, en los sueños que ya no pueden ir hacia el mañana y que han de volver hacia el pasado, en aquellos tiempos felices en que los hermanos eran hermanos, los hijos eran hijos y la amistad jamás terminaba en traición.

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